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Las Fin del Mundo presentaron su disco Hicimos crecer un bosque: sensibilidad a cielo abierto en Buenos Aires el viernes pasado
“¡Terminen con el fin del mundo!” gritó alguien en el público antes de que empiece el show de la banda y empiecen a sonar pájaros en un escenario rodeado de árboles con lucecitas. Aparecieron las Fin del Mundo y presentaron Hicimos crecer un bosque, un álbum con la sensibilidad de siempre, pero una raíz nueva de resiliencia colectiva.

Por: Lucero
Publicado el: 29/04/2025
La sensibilidad a cielo abierto de Las Fin del Mundo apacigua, acompaña en la introspección, pero también crea paisajes sonoros similares a una furia rabiosa, un llanto imparable y torrencial, o lo que sea que venga en avalancha luego de temblores internos y tiempos lentos. Esa sensibilidad melancólica es su sello, pero tomó nuevas formas en su nuevo disco Hicimos crecer un bosque, sobre todo en la presentación oficial del disco en vivo el pasado viernes 25 de abril en Niceto, una de las casas centrales del under de Buenos Aires. Hicimos crecer un bosque puede acompañar en soledad, ser escuchado con atención con las visuales bellísimas de una naturaleza cotidiana que lo acompañan en YouTube. Las chicas de la banda mencionaron que la historia detrás del disco es la de una persona que busca el refugio en un nuevo lugar, lejano, pero como parte de una resiliencia colectiva. Justamente, ese aislamiento introspectivo que intentan en este disco compartir con otros en la misma situación, también se rompe en el vivo cuando todos ponemos voz en unísono y el bosque también crece para nosotros. Fin del Mundo no es una banda mostrándote vanidosamente su angustias o pesadillas de forma ensimismada: en el vivo las chicas se miran y sonríen de manera cómplice, se conectan y comunican con el público. Como ya dijo mi compañera Luzie en esta nota, las Fin del Mundo son conductoras de emociones, nosotros seguimos la corriente a donde nos guíen, dóciles ante la experiencia de un sonido postrock atmosférico que te lleva por la marea lenta o el caudal.

Hubo momentos claves en el show que representan esa nueva reflexión colectiva que plantea el disco. El público comenzó muy expectante, con las dos primeras canciones del disco, pero luego apareció a compartir escenario Guillermo Mármol, cantante de Eterna inocencia, al tercer tema, “El día de las flores”. Él se confesó nervioso, pero cantó como fan como nosotros que ya agitábamos, en ese momento, un poco más. Al cuarto tema y, curiosamente, el último del disco (“Vendrá la calma”), rezamos juntos en unísono “¿Será que algo mejor nos va a pasar?”, frase que cierra el álbum una esperanza al futuro. Nuestras voces activaron en ese punto un pogo y, encima, le siguió “El próximo verano”, tema ya ícono de la banda y que, también, tiene un canto grupal hermoso sobre el final que nos conectó a todos con pocas palabras. Ese tema dio pie a otras canciones viejas conocidas (y cantadas) por todos los presentes.
Cuando retomaron Hicimos crecer un bosque, subió Nicolás Aimo (quien mezcló el disco) en el sintetizador, una nueva incorporación de instrumento en este disco. El clímax del show fue cuando en “Vivimos lejos” las chicas preguntaron de dónde veníamos a verlas. Esa canción es una oda a quienes nos acompañan en nuestros nuevos hogares, refugios del presente, lejos de nuestros seres queridos, que compartimos hoy con otras personas. Luego de la introducción de la canción, invitaron a su staff, conformado por amigos, a presenciar el vivo en el escenario, bailando, acompañando y alentando a las chicas ahí mismo. Al menos diez personas desparramadas por el escenario moviéndose entre ellas compartían cantando la letra: “Todos buscan su lugar bajo la tormenta. No quiero arrastrarte más a mi marea. Nuestros amigos lo saben, los extrañamos”. El show terminó sin muchos preámbulos, pero con la potencia de una buena canción de despedida, “El incendio” del EP Todo va hacia el mar: “Sin dudar, emprendo ese viaje […] Me dejo llevar, si todo va hacia el mar”.

Siento una tarea inútil y caprichosa el querer traducir a palabras la belleza que crean las chicas con su sonido, que muchas veces no necesita voz ni letra para transmitir (o están en segundo plano). Sus instrumentales remiten a espacios amplios, con reminiscencias a la naturaleza, sobre todo aquella de la zona austral argentina, con bosques y montañas, paisajes a veces aislados y silenciosos. Son nuestro midwest emo. Las guitarras dialogando entre texturas de distorsión y el bajo y la batería enérgicos y consistentes te llevan a una velocidad moderada por una ruta marcada zigzagueante hasta que te arrastran por una avalancha que aparece inesperada desde la cima de la montaña. Una sensación como la de subir a un tren a toda velocidad que deforma el paisaje o dar un salto al vacío. Cuando necesitan de la letra, lo hacen sin pretensiones, tomando experiencias personales de las cuatro que dan voz a la historia de este personaje que intenta encontrar su lugar con algunas despedidas tristes, reencuentros felices y nuevos encuentros.
Fin del Mundo no tiene poses, su sensibilidad es genuina y compartida y, qué suerte, somos testigos en ese refugio colectivo que podemos seguir encontrando, a pesar del mundo individualizado y un presente que nos devora en el que vivimos, en ver a una banda como esta en vivo con otros. Contagiémonos de hacer crecer al menos una raíz de esa esperanza cómplice que caracteriza a la banda en este nuevo proyecto que encuentra una salida luminosa en la intimidad de lo compartido.
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