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Gisella Giurfa: “Siempre he sido muy visceral al tocar, siempre lo he dado todo. Hoy en día, más que nunca, hay que explorar todos los estilos, no cerrarse puertas” [ENTREVISTA]
En esta entrevista, Gisella comparte con nosotros momentos clave de su vida que definieron el futuro de su carrera. Con un ejemplo de disciplina, dedicación y pasión, reflejado a través de sus propias palabras, busca inspirar a la siguiente generación de músicos de nuestro país.
Por: Donny C.
Publicado el: 15/07/2024
Gisella Giurfa es una percusionista peruana de renombre internacional, que ha conquistado escenarios y corazones con su talento excepcional y su dedicación inquebrantable a la música. Desde que recibió su primer cajón peruano a los siete años, Gisella ha transformado su pasión en una carrera que la ha llevado a colaborar con artistas icónicos de talla internacional como Gian Marco, Kanaku y El Tigre, y Diego Torres.
Además, Gisella es una ferviente defensora del empoderamiento femenino en la música. Es cofundadora de Warmi Rock Camp Perú, una ONG sin fines de lucro que forma parte de un movimiento mundial que busca generar un impacto positivo y trascendental en niñas y adolescentes a través de la música.
Gisella, muchas gracias por estar con nosotros en Worked Music. ¿Cómo te encuentras el día de hoy?
Muchas gracias a ustedes. Estoy muy contenta, muy feliz de poder conversar un poquito. He visto también el espacio que tienen ustedes. Que importante que existan estos espacios cada vez más, donde puedan también dar a conocer el trabajo, no solamente de artistas internacionales, sino sobre todo de artistas nacionales.
Me gustaría comenzar haciéndote una pregunta quizás un poquito personal: ¿cómo fue tu acercamiento a la música a temprana edad? Y ¿cómo esto impacta en tu vida?
Bueno, realmente, siento que la música siempre estuvo presente en mi vida, incluso antes de nacer. Mi mamá me contaba que en las reuniones familiares, cuando estaba embarazada de mí, tocaba el cajón, las cucharas en las peñas. Entonces, creo que siempre estuvo ahí. Cuando nací, aunque en mi casa no había instrumentos, yo tocaba lo que podía: la mesa, las ollas. Realmente, el llamado musical estuvo conmigo desde mi infancia, desde muy pequeña.
A los siete años recibí mi primer instrumento real, un cajón. No tenía la oportunidad de estudiar música en ese momento, pero me sentaba a tocar. Lo que más me llamó la atención de este instrumento es que, al sentarte en él y tocarlo, sientes el toque del instrumento directamente. Es como si hubiera un enlace ahí. Sentía como si el cajón y yo vibráramos juntos mientras lo tocaba. Me acuerdo de sentarme junto a la radio en la sala, prenderla y tocar lo que pasaban en cada estación, tratando de seguir los ritmos. Aunque no sabía si lo estaba haciendo bien o mal, era un momento en el que me sentía súper feliz.
En ese momento no sabía que eso podría convertirse en una profesión. Siento que a lo largo del tiempo los adultos perdemos eso que tienen los niños. Encuentras un trabajo que la sociedad te dice que está bien, que es correcto, pero no haces aquello que te hacía sentir feliz y que luego se convierte en tu hobby. Si lo hubieras seguido, podría haber sido tu carrera, tu profesión. Eso es lo que me pasó conmigo.
Conforme fuiste creciendo de la mano con el cajón, ¿cómo empezaste a profesionalizarte dentro del medio musical?
Bueno, a partir de los siete años, con un instrumento real, me di cuenta de que me encantaba el mundo de la música y pregunté en mi colegio para unirme a la banda. La banda de mi colegio era una banda de marcha y yo quería formar parte de ella. Como solo tenía el cajón en ese momento, quería probar otros instrumentos porque veía trompetas, trombones, tarolas, liras, ¡todo! Y, como toda niña, quería tocar todo.
Tuve la oportunidad de probar todos esos instrumentos: trompeta, trombón, tarola, bombo (aunque este último era un poco difícil por su tamaño). Con los años, seguí envuelta en ese mundo sin dejar el cajón, aunque no tenía profesor porque, lamentablemente, los medios económicos en mi casa no lo permitían.
Mi hermano, que es ocho años mayor que yo, comenzó a trabajar como bartender en un bar de Julie Freundt, al final de la calle de las pizzas. Los martes, había un show de María del Carmen Dongo, una increíble percusionista que hizo toda la investigación y los trámites para que el cajón peruano se considere patrimonio nacional. Imagínate, para mí, con 12 o 13 años, ver a una mujer con un show de cajones. Ella tocaba con Ernesto Hermoza y a veces con Ruth Torres en la guitarra. Esa era mi clase. Iba con mi hermano los martes, me sentaba con el sonidista, grababa el show y luego estudiaba toda la semana lo que había escuchado.
Wow, qué maravillosa experiencia, muy enriquecedora
Fue una experiencia maravillosa, esas fueron mis primeras clases. Yo aprendía solos de cajón con María del Carmen, mientras ella organizaba concursos. Una vez participé y gané un cajón. Luego, cuando estaba por cumplir 14 años, descubrí el Conservatorio Nacional, ahora Universidad Nacional de Música. En ese momento, era la única escuela donde podías estudiar música de manera profesional y seria.
Me preparé con todo lo que había aprendido en el colegio. Claro, el examen no fue sobre cajón; era mucho más teórico. Pasé el examen e ingresé al conservatorio. Ahí comenzaron mis estudios reales con maestros en persona, porque hasta entonces había sido colegio, María del Carmen y música de la radio. En el conservatorio, comencé a profesionalizarme, profundizar mis conocimientos, ya no solo prácticos sino también teóricos, siempre acompañado de profesionales.
Con el tiempo y más recursos, tuve la oportunidad de estudiar con diferentes profesores. Tomé algunas clases con César Lescano, quien fue baterista de Gian Marco por muchos años; también con Alex Arrín, otro destacado baterista. Y tuve un período de clases con Nicky Marrero, el timbalero de La Fania All-Stars, quien me enseñó a tocar timbales. Estos maestros a menudo eran invitados a tocar junto a bateristas famosos que venían a Perú, así que pude tener clases breves pero significativas con ellos.
Luego emprendes tu viaje a Japón. ¿Por qué Japón? Y ¿cómo fue esta etapa de tu vida yendo al país asiático?
El plan no era ir a Japón. Ya había estudiado cinco años en el conservatorio y mi plan era continuar en una escuela en Nueva York llamada THE COLLECTIVE SCHOOL OF MUSIC. Pero, bueno, siempre he sido un poco rebelde en general. Así que dije: no, me voy a Japón porque quiero estar allí con él.
Tenía un novio nikkei que tenía que mudarse a Japón porque su familia vivía allí. Entonces pensé: bueno, yo también me voy a Japón. Imagínate, cuando sientes amor por primera vez de manera romántica y crees que es el amor de tu vida…
Pero, ¿qué pasó cuando llegué a Japón? Claro, obviamente no pude entrar de inmediato en un entorno musical. Fue muy duro porque fui por amor, pero no tenía un círculo musical establecido. A pesar de que él también era músico, no estaba centrado en la música sino en trabajar en una fábrica. Y yo, que no venía de una familia que me mandara dinero, tuve que mantenerme por mi cuenta. Empecé trabajando en una fábrica de autopartes de Toyota durante un tiempo.
Fue una etapa muy dura. Trabajaba de 12 a 14 horas diarias, de lunes a sábado. El poco tiempo que me quedaba lo dedicaba a las tareas del hogar o a practicar música. Llegó un momento en el que me miré al espejo y me di cuenta de que esto no era para mí. No había dedicado mi vida al cajón y al conservatorio para acabar en una fábrica. No estoy menospreciando el trabajo, pero no me hacía feliz. Quería ser feliz y la música siempre me había dado esa felicidad.
Entonces, decidí reconectarme con la música y busqué estudiar jazz, un estilo que no había podido estudiar ni en Perú ni en Nueva York.
¿Había mucha presencia del jazz en Japón?
Y ahora también, mucho, especialmente del jazz experimental. En Japón, hay una gran disciplina en cualquier cosa que quieras hacer. La mayoría de las bandas de jazz son extremadamente buenas, muy virtuosas y avanzadas.
Elegí ese estilo porque era uno de los ritmos que no había tenido la oportunidad de estudiar antes. Fue difícil porque trabajaba de noche y estudiaba de día. Durante ese período, dormía aproximadamente tres horas al día. Pero estaba feliz y aprendiendo. Todo empezó cuando era joven, tenía 19 años.
Comencé tocando inicialmente para la comunidad latina. Interpreté todas esas canciones que había escuchado desde niña, incluyendo la nueva ola y mucho folclore. También toqué en orquestas, lo cual era intenso, tocando hasta la madrugada en discotecas y luego trabajando durante el día. He tenido la experiencia de tocar en los peores y mejores lugares que puedas imaginar, lo cual ha sido muy enriquecedor. Cuando me preguntan mis alumnos a veces, “¿dónde es mejor tocar?”, les digo: “Toca donde sea”, porque así es como aprendes. Hay experiencias que debes vivir.
Poco a poco fui conociendo gente y me dediqué únicamente a hacer música y tocar en muchas bandas. Continué estudiando y eventualmente empecé a enseñar. Llegué a tocar en siete bandas diferentes y enseñé en tres escuelas. Lo que más me gustaba era difundir el cajón peruano. Aunque también tocaba batería y percusión, nadie en Japón sabía que el cajón tenía origen peruano. Todos pensaban que era español, pero yo les explicaba la historia, mencionando a Paco de Lucía, Chabuca Granda y Caitro Soto como referentes.
Gisella, hablando de tu carrera profesional, ¿en qué momento llega esta etapa de la internacionalización musical?
Considero importante que un músico no se encasille diciendo “soy músico de rock” o “soy músico de salsa”. Está bien tener un género preferido y dominarlo, pero creo que es crucial tocar de todo. Hoy en día, más que nunca, hay que explorar todos los estilos, no cerrarse puertas. Yo personalmente he tocado de todo: rock, pop, funk, salsa y mucho folclore.
En Japón, se escucha mucho folclore, no solo peruano, sino latinoamericano en general. Cuando regresé al Perú en 2015, comencé a reconectarme con mis colegas del conservatorio después de diez años de estar completamente desconectada. En esa época, las redes sociales como Instagram no eran tan populares; era más Hi5 o Facebook, por lo que tenía poco contacto con ellos.
Mi regreso fue como empezar desde cero. Recuerdo que uno de mis primeros trabajos fue en La Peña del Carajo, sustituyendo a Arturo Miranda de repente, tocando con el grupo dirigido por Ronny Campos de Perú Negro. Era una oportunidad soñada y, al llegar, lo primero que pensé fue: “Gracias, Japón”. Mi tiempo allí me había enseñado una disciplina extraordinaria, necesaria para participar en proyectos tan exigentes. Siempre he creído que la disciplina es más importante que el talento. Muchos pueden tener talento pero pocos tienen la disciplina para lograr grandes cosas.
La experiencia en La Peña del Carajo fue una prueba de fuego para mí. Escribí las partituras del espectáculo sin haber ensayado previamente y salió muy bien. A partir de ahí, comencé a colaborar con varios artistas y me uní a una big band organizada por Mabela Martínez, compuesta por 25 mujeres músicas. En 2015, esta banda dio un único concierto y no tenían baterista. Audicioné y tuve el honor de unirme a ellas.
Apenas llegué a Perú, me dediqué a tocar en varios lugares como Cocodrilo Verde, La Noche de Barranco y El Jazz Zone. Observaba los espectáculos y al finalizar, me acercaba a los músicos para presentarme, darles mi tarjeta y decirles que había regresado de Japón. Esa estrategia me ayudó a abrir muchas puertas y conocí a músicos como Mario Cuba, con quien terminé tocando en Victoria Bar, explorando desde free jazz hasta otros estilos.
Siempre he sido muy apasionada al tocar, entregándome por completo sin importar si me observan o no. Esta filosofía me llevó a tocar en situaciones donde nadie me conocía, como aquella vez en la que Pedro Luis Pacora, director musical de Gian Marco por más de 25 años, me escuchó tocar desde afuera de un lugar. Esa noche demostré que es importante dar lo mejor en todo momento, sin importar quién esté escuchando.
Es así como comencé a construir mi carrera de nuevo en Perú, tocando en diversos lugares y haciendo conexiones valiosas que hasta hoy me siguen inspirando.
Pero ¿sabías hasta ese momento quién era Luis Pacora?
Yo ya había investigado antes de regresar de Japón a Perú. Sabía quiénes eran los músicos activos y dónde se presentaban, así que empecé a frecuentar bares y locales para ver sus actuaciones. Revisaba la programación: “Lunes de jazz, voy a ir”; “Aquí hay un jamming”. Entraba y tocaba. Fue un trabajo casi diario, sistemático, de tocar puertas. No todas se abrieron de inmediato, pero no me detuve con una sola oportunidad. Necesitaba tocar al menos cien o doscientas puertas con la esperanza de que alguna se abriera. Si no, seguía tocando puertas porque creo que las oportunidades están ahí para todos, pero hay que salir a buscarlas.
Entonces me pidió mi teléfono, pero seguí buscando oportunidades. Pasó poco tiempo y Pedro Luis me dijo: “Oye, ¿te puedes grabar con estas dos canciones con buen audio y video?”. Acepté, aunque no sabía dónde grabaría. Casi no lo hago porque esa semana falleció una tía abuela y me sumí en la depresión. Más allá del dolor por mi tía, sentía la obligación familiar de estar presente. Me preguntaba cómo podría pasar esos días grabando, pero al final lo hice. Nos ponemos una máscara muchas veces y seguimos adelante.
Al día siguiente recibí un mensaje un lunes por la tarde: “¿Has almorzado? Ven a mi casa porque Gian Marco quiere hablar contigo”. Fui corriendo, tomé un taxi y por videollamada Gian Marco me dijo: “Mucho gusto, soy Gian Marco. Vi tus videos y estamos audicionando porque voy a armar mi banda para mi nuevo disco del 2015. Me gustaría que seas parte de ella, piénsalo». Respondí: «No tengo nada que pensar amigo, vamos”.
Comencé a tocar con Gian Marco y ahí es donde empezó la internacionalización con giras y la presencia de invitados internacionales. También conocí a Diego Torres en un concierto donde fue invitado con su director musical, Yadam González. Empezamos a conversar y desarrollamos una amistad. Hoy en día, Yadam es como un hermano para mí; vivimos cerca y es un productor excelente con quien grabo frecuentemente.
Todo esto surgió de la disciplina, mostrar lo que puedo hacer y hablar con otros músicos. Gian Marco no se limita al pop; su repertorio incluye rock, funk, folclore, urbano, cumbia, así que tuve que adaptarme y aprender diferentes estilos. Eso me dio confianza para ofrecerme a otros músicos, diciendo: «Cuenta conmigo, puedo tocar y grabar esto». Si no dominaba algo, me sentaba a estudiar hasta lograrlo.
Gisella, háblanos sobre Warmi Rock Camp
Warmi Rock Camp Perú lo creamos con Natalia Vajda, con Fiorella Uceda, que es baterista de We the Lion, y con Estefanía Aliaga, que es bajista de Imposible Music.
En realidad es un movimiento mundial que se llama Girls Rock Camp Alliance; es parte de una organización estadounidense que reúne diferentes ONGs y camps de música alrededor del mundo, dirigido a niñas adolescentes y mujeres adultas.
Natalia había sido voluntaria aquí en Estados Unidos y dijo: “necesitamos esto en Perú” y ahí fue donde juntas nos sentamos a armar esto y es un espacio que realizamos una vez al año porque es muy difícil de hacerlo, como es una ONG, es gratuita y nos requiere mucha inversión, no solo de tiempo sino económica, pero es un espacio que a nosotros nos hubiese encantado tener de niñas, tener una semana donde estamos aprendiendo música sin necesidad de que luego vamos a ser músicos o no. Es una semana donde vives toda la experiencia que pasa una banda musical.
¿Cómo es? Formas tu banda, pones nombre a tu banda, compones una canción, tienes sesión de fotos, tienes creación de logo, o sea, obviamente tienes talleres para todo esto que te estoy diciendo, y termina con un concierto, clausura, donde vienen tus amigos, tu familia, y tocas la canción que trabajaste toda la semana con tu banda, y nosotros lo que buscamos en este camp es romper barreras sociales, porque obviamente son bienvenidas chicas de todas partes.
Nos gustaría descentralizar un poco más; lo hemos hecho en Trujillo; en Oxapampa también, a través de una alianza con el Selvámonos, pero obviamente nos gustaría llegar a más lugares. Ahorita no está siendo factible, pero al menos en Lima estamos logrando desarrollarlo una vez al año y cómo es que ahora yo ayudo, porque yo no estoy presente, pero hay mucho que organizar, por ejemplo, buscar marcas aliadas, buscar… Por ejemplo, una marca muy grande en Perú, que es Music Market, que es mi familia, Music Market, como les digo yo, siempre nos han apoyado. A Tempo también, que son la marca de cajones de percusión.
Entonces, es como toda esta logística, porque necesitamos muchas cosas para el campo. Toda una producción, porque necesitas los instrumentos para las niñas, la guitarra, los pianos, necesitas cómo llevar las cosas. Además, algo lindo que sucede es que toda la semana, en la hora de almuerzo, viene una banda a tocar para las niñas. Obviamente, tiene que tener al menos formación femenina, porque es un camp, donde las niñas van a verse reflejadas de alguna manera en quienes estén ahí.
Teniendo en cuenta también el contexto social en el que está la música aquí en el Perú. ¿Qué impacto positivo has visto en las niñas y jóvenes que han participado de esta experiencia?
El empoderamiento es crucial, ya que todavía vivimos en una sociedad donde a las niñas y mujeres se nos imponen limitaciones desde pequeñas. Desde “no grites” hasta “no te sientes así”, se espera que las niñas actúen de cierta manera, mientras que para los niños es diferente.
Hablo de esto porque es posible que ustedes no lo hayan experimentado, pero yo sí, al igual que muchas mujeres. Esto sigue sucediendo. ¿Qué ocurre entonces? En entornos donde hay hombres o niños, las chicas tienden a comportarse de manera distinta, sintiéndose observadas y cohibidas desde pequeñas. Esto lo he visto y vivido personalmente, y también en los camps. Al llegar, muchas niñas están algo inseguras, sin saber bien cómo actuar.
No es exactamente un lavado de cerebro, pues no se les dice directamente “grita” o “abre las piernas”. Sin embargo, a través de la música, aprenden a alzar la voz. Por ejemplo, componen canciones donde expresan lo que desean. Las letras varían mucho según las edades: desde “puedo gritar, puedo saltar, estoy feliz” hasta temas más adolescentes sobre el amor.
La música les enseña que tienen poder. Es por eso que menciono el empoderamiento a través de ella. La música no solo comunica un mensaje, sino que también te hace sentir. Las chicas ven el ejemplo de sus mentoras, mujeres que también tocan en bandas o que las visitan con sus bandas.
Es un proceso emocionante ver cómo empiezan a hacer preguntas: cómo formar una banda, si se puede vivir de la música, si es posible hacer carrera en esto. Recuerdo cuando era pequeña y no sabía que se podía vivir así. Espero que esto les despierte a ellas la idea de que pueden vivir haciendo lo que les apasiona y les hace felices.
Creo que ese es el camino que estamos buscando: que las chicas encuentren su propia voz a través de la música y sepan que realmente pueden ser lo que desean ser.
Para quienes estén interesados, nos pueden encontrar como Warmi Rock Camp Perú. Es un trabajo hermoso y sin fines de lucro, con el único propósito de contribuir a una sociedad mejor. Creo firmemente que un país sin música ni cultura no puede progresar, y estamos aportando nuestro granito de arena. Todos son bienvenidos a sumarse.
Desde el lado de la docencia y de la experiencia. ¿Qué opinas sobre la situación actual de la música, de la percusión y de las mujeres? ¿Con qué se están encontrando los jóvenes?
En el ámbito de la percusión y la batería, siento que cada vez hay más chicas. Lo digo como profesora, tengo muchas alumnas mujeres y veo que cada vez más chicas se atreven a creer que pueden dedicarse a esto. Ven que hay mujeres con roles importantes en la escena musical. Antes no había muchos referentes, pero ahora hay cada vez más.
Creo que es crucial tener más presencia de mujeres en la percusión. Cuando ves un conjunto de percusionistas, quizás encuentres a una mujer, con suerte. A veces ni siquiera eso. Creo que quienes tienen poder en estas agrupaciones o proyectos tienen la responsabilidad de cambiar esto. Ahora tienen la oportunidad. Si no se les da espacio a las mujeres percusionistas o instrumentistas, no vamos a avanzar. Nos quedaremos estancadas.
En otros lugares no sucede así. No te llaman por ser mujer, te llaman porque necesitan a alguien que toque bien. Siento que en Perú falta eso. Hago un llamado, no solo a las bandas, sino también a los festivales: por favor, atrévanse a incluir más bandas de chicas. Hay nuevas bandas, nuevos proyectos. Es la única forma de visibilizar el trabajo y el sueño de muchas niñas que, como yo cuando era pequeña, creyeron que podían dedicarse a esto. Necesitamos apoyo. No podemos hacerlo solas.
Una última pregunta, Gisella. Sé que estás en Miami, ¿nos podrías contar un poco sobre los proyectos en los que estás trabajando hoy por hoy? Y ¿con qué nos vas a sorprender de repente en lo que va del año?
En este momento, además de tocar con Diego Torres, estoy dirigiendo un dúo colombiano llamado Las Valle, compuesto por dos gemelas colombianas. Me encargo de la dirección y también toco con ellas. Además, estoy involucrado en varios proyectos musicales diversos. Pero algo personal en lo que estoy trabajando es un disco a dúo con el pianista argentino Patricio Romero. Estamos conectándonos para expresar nuestras emociones a través de la música instrumental. Vamos a lanzar un EP este año, y cada canción es única. A veces te levantas feliz un día, al otro un poco triste, y luego puedes tener un fin de semana de frustración. Refleja las diferentes facetas de la personalidad humana, ya que no todos estamos felices o tristes todo el tiempo.
Con este trabajo junto a Patricio, quiero mostrar también —sin que se malinterprete— un poco de los cambios emocionales que experimentamos las mujeres, que es una realidad. Quiero expresar cómo me siento en una canción sin palabras a través de la música.
Gisella, qué enriquecedor ha sido conversar contigo. Muchas gracias por todos estos minutos. Un último mensaje a los jóvenes y al público, algo que quieras compartir
Claro, soy Gisella Giurfa, baterista y percusionista que sigue persiguiendo sus sueños. Nunca olviden que para cumplir los sueños primero hay que despertar y trabajar en ellos. Yo continúo trabajando en los míos y siempre recuerdo que detrás de ellos debe haber un trabajo y una disciplina constantes. El camino es largo, especialmente en la música; no se trata de quién llega primero, sino de resistencia, es como una maratón. Podríamos decir que la vida es el entrenamiento para alcanzar esos sueños. Por eso, también es importante disfrutar del camino.
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