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“iCONOS”

Por: Ivan Fajardo
Publicado el: 21/02/2024
¿Quiénes conforman el Olimpo de los dioses musicales? ¿Cómo definimos que la vida artística de algún músico lo eleve hasta el status de ícono?
De chicos, hemos tenido pósters y fotos de nuestros artistas favoritos. Algunos de ellos, con el tiempo desaparecieron. Otros pocos, nos acompañaron mientras crecimos. Y ellos también crecieron, hasta alcanzar el Olimpo. Se volvieron iconos. Pero ¿qué es un icono?
En griego, se utiliza la palabra “εἰκών” (pronunciada «“eikón”), que significa “imagen” o “retrato”. En español, la palabra “ícono” se utiliza para describir a una persona que se ha vuelto extremadamente representativa, influyente y/o simbólica en su campo o en la cultura en general. En un contexto musical, nos referimos a alguien que ha generado un impacto, más allá de la música misma, destacando también por su estilo, actitud, manera de ejecutar sus instrumentos, las letras y pensamientos, además de su conexión con las audiencias. El ícono trasciende y se convierte en figura emblemática de una época y/o localidad específica. Esto último es importante entenderlo.
Podríamos hablar de los iconos del rock desaparecidos, que son universalmente conocidos y aceptados: desde Elvis Presley, Jimmy Hendrix, The Beatles o Janis Joplin, por nombrar algunos; hasta los más recientes como Kurt Cobain, Amy Winehouse, etc. También podemos referirnos a los que aún están entre nosotros, como semidioses alados, desafiando al paso del tiempo. En este último caso, hay un punto clave a tener en cuenta, y es: “el reconocimiento».
Un profesor me dijo alguna vez que entender la historia es como leer un libro: ni muy lejos de los ojos (se pierde enfoque y visibilidad), ni muy cerca (se pierde el contexto). Hay una distancia adecuada que ayuda a la correcta lectura y comprensión de los textos. Este ejemplo quizá nos ayude a entender por qué cuando un artista se va de este mundo, recién comenzamos a reconocerlo, a entender su legado -sea de nuestro gusto o no-, y finalmente a valorarlo. Es irónico que el reconocimiento sea algo que muchas veces damos como público, cuando el receptor ya no lo puede recibir. Al menos no en este plano.
Muchos de estos iconos, suelen ser cuestionados, denostados y vilipendiados en sus ocasos terrenales. Estas turbulencias extra musicales parecen ser el ingrediente amargo casi siempre precedente a la partida del artista. Y cuando finalmente nos dejan, nos embarga una extraña obligación de revisar profundamente su obra, sus canciones, sus letras, sus videoclips, sus performances en vivo, las entrevistas en donde quedan expuestas sus visiones y filosofías, etc. Finalmente, siempre terminamos dándole el reconocimiento merecido.
Traigo a colación este punto, ya que hace un mes, en Perú, perdimos al más prolífico compositor de rock-pop que hemos tenido hasta ahora: Pedro Suárez-Vértiz. En días posteriores a su fallecimiento, en blogs, foros y redes, se discutió mucho al respecto. Se cuestionó su obra desde ángulos caprichosamente dogmáticos. Además, se comparó inútilmente al artista en mención, con otros colegas históricos de la región. Inútilmente porque hacer este tipo de comparaciones es caer en la incomprensión del contexto en el que Pedro desarrolló su carrera. Breve descripción: el Perú del 88 -para los que no lo vivieron-, era como transitar un campo minado, con el hambre y la miseria en los bolsillos, y con nuestras almas derrotadas a cuestas, cargadas de pesimismo. Pocas cosas nos daban alegrías. Y la música de Pedro comenzó siendo eso. El artista que fue Pedro, hay que entenderlo bien, no fue el que vino a remarcar la atención sobre lo que pasaba. Sino que fue aquel que vino a aportar una sensación de escape hacia una “vida normal”, de jóvenes que querían sentirse seguros de poder divertirse en el colegio, en la universidad, en las playas, en las fiestas, etc. Es por eso que muchos vamos a recordarlo como alguien que nos dio no sólo música e historias, sino una banda sonora para sonreír y sentirnos bien. Además, cabe subrayar el profesionalismo de su gestión artística, desde la calidad de cantautor, compositor, pasando por un pulcro trabajo en sonido en sus discos, hasta el manejo de su imagen personal, lejos de vicios y mala vida.
Por todo aquello que dejó en y con su música, más allá de sesgos de algún tipo, Pedro se ganó un lugar en la historia del rock local, a punta de producción pura, sincera y continua (es el rockero peruano que ostenta más hits radiales). El impacto que dejó su partida, ha servido de termómetro para medir cuán presente estaba, a pesar de haber estado alejado de los escenarios por muchos años. Y esa es casi una condición irrefutable para acceder al Olimpo de los íconos musicales. El músico a fin de cuentas, es una especie de servidor social de emociones. Uno que renuncia a mucha vida para poder musicalizar la del resto. Titánica tarea que siempre debiera ser reconocida.
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