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Joaquina en Lima: entre lágrimas, zarcillos y una burbuja que por fin se rompió [CRÓNICA]
La cantautora venezolana Joaquina ofreció un emotivo concierto en el Teatro Canout de Lima, donde, con una interpretación sincera y cercana, logró conectar profundamente con su audiencia y consolidar su creciente vínculo con el público peruano.

Por: Alvaro Sánchez
Publicado el: 26/05/2025
La noche del sábado 17 de mayo, las luces del Teatro Canout se apagaron con puntualidad casi quirúrgica. Eran exactamente las 8:00 p.m. cuando Joaquina, la artista venezolana que se ha convertido en la voz más joven en alzarse con un Latin Grammy, emergió entre los aplausos y gritos de un público que la esperaba con una devoción casi religiosa. La canción elegida para abrir fue ‘No llames lo mío nuestro’, una confesión dolorosa que, lejos de ser una introducción tibia, encendió la chispa emocional que marcaría el resto del show.
La cantante, apenas iluminada por un foco cenital, se dejó llevar por la intensidad de sus propias letras, mientras sus fanáticos —en su mayoría jóvenes con pancartas, lágrimas y celulares encendidos— la acompañaban palabra por palabra. No hubo ensayo previo que pudiera preparar al público para lo que vendría: un recorrido íntimo y visceral por Los mejores años, su EP debut, y Al romper la burbuja, su primer álbum de estudio, el cual da nombre a la gira que la trajo por primera vez a suelo peruano.

Joaquina no necesitó muchos artificios. Acompañada por una banda sólida y visuales que parecían emerger del interior de sus canciones, la artista tejió una narrativa emocional con temas como ‘Escapar de mí’, ‘Pesimista’, ‘Capricho’ y ‘Pasatiempo’. Cada palabra era una página arrancada de su diario personal, y el público, cómplice absoluto, respondía con una entrega casi física.

Uno de los momentos más simbólicos de la noche llegó cuando interpretó ‘Hoy’, un clásico del cantautor peruano Gian Marco. Joaquina lo presentó como “un guiño a este país que me ha recibido con tanto amor”, y bastaron los primeros acordes para que el teatro se estremeciera. La conexión con Lima se volvió tangible: se convirtió en canción, en homenaje, en abrazo.
Pero fue en un gesto espontáneo donde la emoción se desbordó por completo. En medio de la presentación, Joaquina detuvo el concierto para invitar al escenario a una niña llamada Greta. “Un aplauso para Greta”, dijo con una sonrisa inmensa, antes de abrazarla ante un auditorio que apenas podía contener la ternura del momento. Greta, conmovida, abrazó a su ídola mientras las cámaras de los celulares capturaban un instante que quedará tatuado en la memoria del público limeño.
Más adelante, durante el segmento acústico, Joaquina apostó por una interpretación más desnuda y delicada. Canciones como ‘Aeropuerto’ o ‘Matices’ encontraron nuevas dimensiones con los arreglos íntimos y la cercanía emocional que ofrecía ese formato. En Matices, además, sus seguidores desplegaron una acción de fans con carteles y frases del tema, generando una sincronía emocional que elevó la experiencia.
Joaquina no sólo cantó. Se entregó. Agradeció. Rió. Contó anécdotas sobre el ceviche y el lomo saltado que había probado esa tarde, y sobre unos zarcillos de alpaca que una fan le regaló y que, emocionada, usó durante el concierto. Cada gesto la acercaba más al público, cada palabra rompía un poco más esa burbuja simbólica que da título a su álbum y que representa el miedo, la sensibilidad y la transformación.

Y es que Al romper la burbuja no es sólo una gira: es un acto de valentía emocional. Un intento —muy logrado— de mirar el dolor de frente y convertirlo en arte, de invitar al otro a sentirse vulnerable sin miedo. La Joaquina que pisó Lima no fue solo la ganadora del Latin Grammy, fue una joven cantautora que, sin pretensiones, supo tocar el alma de cientos de personas en una sola noche.
El concierto cerró como empezó: con emoción, con gratitud, con el corazón al centro del escenario. Y aunque las luces se encendieron poco después, la sensación era la de seguir flotando dentro de una burbuja, una de esas que —cuando se rompe— no desaparece, sino que deja en el aire una estela luminosa de todo lo que fue, de todo lo que dolió, y de todo lo que, en algún momento, nos hizo cantar.
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